jueves, 20 de octubre de 2022

Los buenos/nuevos hombres




LOS NUEVOS HOMBRES

https://ecofeminita.com/el-feminismo-tambien-es-cosa-de-varones-10-cosas-que-los-hombres-que-quieren-ser-feministas-deben-tener-en-cuenta/?v=04c19fa1e772

Compartir entre iguales, es clave en el proceso de deconstrucción  

 Y “construir un ambiente hostil a la violencia machista”. 

Los hombres son responsables de la mayoría de la violencia en el mundo, pero ni las encuestas les preguntan ni las políticas públicas se ocupan de ellos. Fuera del foco de las instituciones, algunos grupos de hombres tratan de descomponer la masculinidad de siempre para inventar una nueva. 

Qué es ser hombre 

¿Qué podemos hacer para llegar a más hombres?, ¿Qué podemos hacer para que más hombres se impliquen en el feminismo?, 

Debemos conseguir que hoy hablar de hombres, masculinidades e igualdad no sea algo extraño, y que haya más consenso en señalar como urgente el trabajo dirigido a los hombres”.

En diciembre de 2009, el Ministerio de Igualdad creado un año antes por el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero puso en marcha una línea de atención para hombres. Se trataba de un servicio telefónico y online de información y orientación en cuestiones relacionadas con los hombres y la igualdad de género, y apenas estuvo un año en funcionamiento.

Pocos datos sobre ellos 

La idea de poner el foco en quienes cometen la violencia ha ganado fuerza en los últimos años aunque, de momento, sigue teniendo poco reflejo en las políticas públicas.

La radiografía de cómo sufren las mujeres violencia de género es cada vez más detallada, como lo es también la del funcionamiento de los recursos que existen para combatirla.

Pero, ¿por qué no se ha preguntado a 10.000 hombres si han empujado, agarrado del pelo, dado patadas o amenazado a alguna mujer con un cuchillo?

Mientras las mujeres han hecho un trabajo de reflexión que ha generado importantes cambios, no se ha dado ni de lejos un fenómeno similar entre los hombres. Este “divorcio” se refleja muy claramente en las encuestas que valoran la percepción de la violencia de género. 

Por ejemplo, el estudio “Menores y Violencia de Género” de la Universidad Complutense de Madrid, presentado en octubre de 2020, desvela que un 16,9% de las chicas encuestadas asegura haber sido insultada o ridiculizada (la forma más prevalente de violencia), pero solo un 6,3% de chicos reconocen este comportamiento. Son un 13,6% las chicas que afirman que su novio o exnovio las ha controlado a través del móvil, pero solo un 5,8% de los chicos dicen haber ejercido esta conducta contra una novia o exnovia. Otro ejemplo: el 10,9% de las chicas contestó haber tenido presiones para realizar actividades de tipo sexual no deseadas, mientras que solo un 3,1% de ellos admite haber presionado.

La Encuesta de violencia machista en Catalunya (2016) también muestra los datos de la percepción que los barceloneses y las barcelonesas tienen de las violencias machistas. Así, un 63% de los hombres frente a un 74 % de las mujeres consideraban que “controlar dónde, con quién y qué hace en cada momento” era violencia machista. “No dejar que hable con otros hombres” es violencia para un 71 % de los hombres y para un 78 % de las mujeres. “Controlar o no dejar decidir sobre el dinero propio o del hogar” lo consideraban una situación de violencia machista el 58% de los hombres y el 66 % de las mujeres respectivamente. Para todos los indicadores, la percepción aumenta con respecto a los datos anteriores, de 2010, y el aumento de personas que identifican la violencia es mayor entre los hombres, aunque, aún así, los hombres identifican las violencias machistas en menor medida que las mujeres.

Fijar la mirada en el agresor es, pues, un asunto pendiente. Y hay que hacerlo, “en primer lugar, porque es la manera de ser eficaces en la prevención y, además, porque estamos en un momento en el que el conocimiento y el nivel de responsabilidad de los hombres debe ser exigible por acción, y tenemos que empezar a exigir a los hombres responsabilidad por omisión”, 

Esta exigencia de “responsabilidad por omisión” es una de las claves del futuro de las políticas contra las violencias machistas: “Cuando un hombre mata o maltrata lo hace sobre su mujer, pero defendiendo lo que considera que es común a todos los hombres”. La violencia de género no es un problema individual —idea que refuerza la ultraderecha negacionista de la violencia de género—, sino colectivo.

Invertir en hombres nuevos  

En 2007 echa a andar en el País Vasco Gizonduz, una iniciativa que tiene como objetivo trabajar las masculinidades desde las instituciones, es decir, destinar dinero público al objetivo de reflexionar sobre las masculinidades.

El programa es único por su alcance territorial —no existe ningún programa parecido en ninguna comunidad autónoma del resto del Estado español— y por su vocación de largo recorrido, aunque los responsables de Gizonduz recuerdan que existen otras iniciativas que sirvieron de referencia, como el programa “Hombres por la Igualdad” del Ayuntamiento de Jerez, que se puso en marcha en 1999, o el Servicio de Atención a Hombres (SAH) de Barcelona, creado en 2005.

Un grupo de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género (AHIGE) una organización fundada en 2001 en Málaga, donde un grupo de hombres empezó a juntarse para reflexionar en torno a lo que significa ser hombre.

“Comentarios, situaciones en contextos de fiesta, acercamientos insistentes en una discoteca, cierto tipo de fotos por grupos de WhatsApp, comentarios… hay un sinfín de conductas que yo no reconocía como violencias machistas hasta que no empecé a leer sobre feminismo”, dice Santos en el grupo de WhatsApp en el que comparten sus puntos de vista para este reportaje. Cuando se le pide una definición de violencia machista, García Pérez responde: “Para mí, violencia de género es todo aquel acto que atenta contra la vida, salud o bienestar biopsicosocial de una mujer perpetrado por un hombre, un grupo de hombres o un pensamiento colectivo que proviene de hombres y/o es mantenido por ellos”. Cuando se le pregunta si es esa la definición que hacía antes de leer teoría feminista, responde que no. “Ni mucho menos, antes violencia de género era para mí una agresión física o sexual por un hombre a una mujer… con 20 años un insulto sexista a una mujer no lo hubiera catalogado de violencia de género y ahora sí”.

Pensemos en cuántos de nosotros y nosotras hemos escuchado alguna vez frases como “ni feminismo ni machismo, igualdad” o “a mí el feminismo me parece muy bien, pero es que las feminazis…”. Supongo que tampoco seréis ajenos/as a aquellos hombres que se creen los feministas del año por lavar los platos en su casa o aquellas parejas que se creen súper igualitarios/as porque a su hija le han comprado un pijama verde en vez de rosa.

Explicar qué es el feminismo es algo fácil y a la vez difícil.

La importancia de una buena comunicación

Ante cualquier tipo de comunicación, una de las cuestiones principales que un/a ponente ha de tener en cuenta es el público al que se dirige y adaptar su discurso a él. Los hombres que no conocen el feminismo o que no se han acercado aún a él, por su puesto, requieren de un tipo de comunicación especial.

El feminismo genera en los hombres incomodidad, pues supone reconocer y enfrentar muchos de los comportamientos y las ideas que hemos interiorizado desde pequeños, obligándonos a cambiarlas. El problema surge cuando la comunicación es inadecuada y solo levanta muros y genera resistencias.

Los hombres que no conocen el feminismo o que no se han acercado aún a él, por su puesto, requieren de un tipo de comunicación especial

Un punto sobre el que hay que prestar una especial atención es el uso del lenguaje bélico y violento: “la guerra contra el patriarcado”, “la lucha feminista”, “la batalla contra violencia de género”, “la guerra contra la vida”, “los hombres nos oprimen”, “los hombres son privilegiados”, “los hombres nos maltratan”, “los hombres nos violan”, “los hombres nos matan”… Claramente, no es un discurso que invite a los hombres a unirse al feminismo.

Igualmente, aquellos discursos que se basan en el dolor y la rabia no son un gran aliciente para los hombres. Un discurso agresivo hacia los hombres puede ser muy bien recibido entre aquellas mujeres que sienten ese mismo dolor y esa misma rabia. Sin embargo, este mensaje puede no ser interpretado del mismo modo por los hombres, los cuales podrían entenderlo como odio y resentimiento.

El discurso de buenas/malos, desposeídas/privilegiados, víctimas/victimarios crea una imagen dual de la realidad que ignora las complejidades sociales y la diversidad

La forma de comunicación es muy importante, porque es muy diferente atacar, infantilizar, imponer y obligar al cambio, que aportar argumentos y opiniones que realmente pueden ayudar a reflexionar. Puede que el #NotAllMen a mucha gente le parezca un movimiento ridículo, pero responde a esta forma de abordar determinados temas.

Existe un fuerte elitismo dentro del movimiento y una gran intelectualización del discurso que dificulta en no pocas ocasiones su comprensión

Hablar desde la empatía, no desde la superioridad y la intransigencia

Puede parecer una locura decir que tenemos que hablar con empatía con un hombre que puede presentar comportamientos y actitudes machistas, pero no lo es. Si queremos que un varón asuma su propio machismo, en primer lugar, hemos de comprender de dónde proviene: qué ha vivido, qué le ha ocurrido, qué ha escuchado, con quién ha hablado…

Muchos de los comportamientos machistas que reproducen los hombres son parte de su identidad masculina, la cual lleva construyéndose desde que son bebés. Atacar frontalmente determinadas cuestiones que definen esta identidad lleva inevitablemente a cerrarse en banda, pues representa un ataque a la propia integridad moral de la persona. Por ello, es importante que primero escuchemos y comprendamos y luego hablemos, no al revés. Sin escucha, no hay diálogo ni hay acuerdos, y mucho menos cambios sociales sustanciales.

Esta falta de empatía y diálogo, sin embargo, no solo está dirigida hacia los hombres o hacia determinados/as votantes o creencias religiosas, sino que dentro del propio feminismo también se están produciendo discusiones muy fuertes en torno a temas como la prostitución, la transexualidad, las nuevas masculinidades, la religión, la diversidad cultural, la ecología, la pornografía… que están provocando divisiones.

Ante cualquier debate y cualquier conversación hemos de ser humildes, no egocéntricos/as, y hemos de reconocer nuestras limitaciones intelectuales y aceptar la diversidad. Ante problemas complejos rara vez existen respuestas únicas y definitivas.

No hay apenas referentes masculinos feministas en la cultura de masas



La democracia implica “pluralismo” y ya lo habría advertido Zambrano; si por algo es difícil la democracia es porque debe permitir que gente que no está a favor de ésta lo manifieste (pues se le reconoce ese derecho). No obstante, la tarea de la democracia en todo caso será Educar a su población y revisar porqué existen quienes no la apoyan. Así que si el feminismo siguiera esa lógica entonces también tiene una tarea pedagógica y educativa que realizar si el cambio quiere ser de fondo y no generar más antagonismos. Democracia también es diálogo y quizás al feminismo esto se le había olvidado.


MASCULINIDADES
La masculinidad como ejercicio de contención

A lo máximo que podemos aspirar en este tipo de procesos en los que andamos metidos pocos, muy pocos hombres, y aunque sea una certeza tristemente limitadora, es a mantener contenida nuestra masculinidad.
 07:00

Una mañana de un sábado cualquiera de este interminable y caluroso verano, paseo por la acera de una calle cercana a un parque, donde en una pequeña colina cubierta de césped, a medio camino entre el sol y la sombra, se encuentra una chica joven leyendo un libro.

Ahí está. Sola. Entretenida. Disfrutando de una todavía cómoda temperatura al sol para esta hora del día temprana, inmersa en su lectura, en sus pensamientos y en su espacio no compartido.

Y en ese momento, hay una vocecita dentro de mí, que se despierta, que me susurra y me aconseja. Que me dice que por qué no me acerco y la digo algo (no me dice el qué, pero algo parece que tenga que decirla para que yo pueda sentirme bien). O, por lo menos, que si no me atrevo a eso, haga algo para pasar más cerca suya para así poder deleitarme con su aspecto físico. Como premio de consolación para que mi ego masculino no se ponga demasiado pesado ni se sienta ofendido.

Ese es mi “masculino inconsciente”. Esa vocecita, ese impulso repentino (yo lo llamo automachismo), que todavía sigue surgiendo, aparentemente, de la nada. Sin filtros. Voraz, siempre acechante, husmeando, a la caza y captura de cualquier estímulo que pueda hacerle sentir bien, a costa incluso, del bienestar o de la paz y la calma que cualquier mujer aspira a tener al menos en algún momento de su vida diaria y cotidiana.

Mi masculino inconsciente es como yo. Viste como yo. Siente como yo. Camina como yo. Porque sigue siendo yo

Mi masculino inconsciente no tiene cola, ni pezuñas, ni cuernos en la cabeza. Ni la piel de color rojo cubierta de pelo. Ni esgrime ningún tridente en su mano. Ni vive en el infierno rodeado de fuego. Mi masculino inconsciente es como yo. Viste como yo. Siente como yo. Camina como yo. Porque sigue siendo yo.

Y después está mi “masculino consciente”. El que siempre llega más tarde. Al que a veces hay que empujarle para que se levante y actúe, y reaccione frente a su hermano gemelo. El que intenta poner un poco de cordura en el día a día y esconder la vergüenza de tener que soportar a estas alturas esa compañía tan incómoda de la cual parece imposible deshacerse.

¿Qué haces?, le pregunta con cara de asombro.

¿Otra vez?

¿De verdad te lo tengo que volver a explicar de nuevo?

No las toques.

No las mires (de esa manera que tú ya sabes).

No las sexualices.

No las cosifiques.

No las trates con condescendencia.

No las digas nada.

Y menos todavía, no las expliques nada.

Déjalas en paz.

Mi masculino inconsciente agacha la cabeza. No se muestra arrepentido, porque es orgulloso por naturaleza. Se enfada y se cabrea al comprobar que otra vez no ha conseguido lo que quería. Me pregunto si algún día conseguiré que deje de salir de la cueva o si me acompañará el resto de mis días. Y me da la sensación de que no es una cuestión de leer más libros, de ir a más talleres, o de compartir más grupos de encuentro.

No podemos desaprender todo lo que vemos y todo lo que nos rodea con la misma facilidad como el que da al botón de rebobinado de una película

Porque creo que no es posible eliminar cuatro décadas y media de aprendizaje machista solo con proponérselo. Porque no es igual de fácil desaprender que aprender. Porque aprender aprendemos sin darnos cuenta. Absorbemos conocimientos desde bien pequeños, de todo lo que nos rodea. Y no podemos desaprender todo lo que vemos y todo lo que nos rodea con la misma facilidad como el que da al botón de rebobinado de una película.

Una vez que has aprendido a montar en bici, no puedes decidir dejar de saber montar en bici. A lo más que puedes aspirar es a no subirte nunca más a la bicicleta para no montar en bicicleta. O dicho de otro modo, a lo máximo que podemos aspirar en este tipo de procesos en los que andamos metidos pocos, muy pocos hombres, y aunque sea una certeza tristemente limitadora, es a mantener contenida nuestra masculinidad.

A eliminar nuestra huella de machismo de la manera más eficaz posible. A dejar el menor número de residuos machistas en el planeta. No sé si eso es una mierda de afirmación, una realidad incuestionable o un objetivo demasiado poco ambicioso. Me encantaría saber qué les pasa por la cabeza a otros hombres en una situación similar. Pero sin mentiras, falsos optimismos utópicos y sin tanto bla, bla, bla… Que me digan la verdad. La verdad de lo que sienten y de lo que les sigue pasando a diario.

Hace pocas semanas, me encontré una escena que me pareció maravillosa de la serie Superman & Lois, y que traigo aquí porque me parece muy oportuna y tiene que ver mucho con el tema.

En el episodio trece de la primera temporada, Superman por fin consigue liberarse del malo de turno. Habían conseguido meterse en su mente y durante un periodo de tiempo en el que le tenían controlado bajo su poder, habían utilizado sus poderes para ejercer el mal de una manera descontrolada. Y, una vez totalmente recuperado, mantiene una impagable conversación en el salón de su casa, con su mujer Lois Lane, cuando trata de poner en palabras lo que había sentido esos días en los que aparentemente no era él mismo.

En ella le explica como su padre desde bien pequeñito le había enseñado a contener todo su poder. Cuarenta años de vida conteniendo su poder cada segundo de cada día. Con el fin de no hacer daño a nadie. Esa era su particular responsabilidad respecto a los poderes que su vida en este planeta le habían concedido.

Su poder es tan grande y peligroso, que siente y teme que acabe en manos de otra persona y se repita todo lo que acaba de pasar y que tanto ha costado arreglar. Pero también reconoce, que durante todo ese tiempo, por fin pudo relajarse. Dejarse llevar. Y sentir lo que eso suponía. Y todo lo que pasó durante ese tiempo, le hizo sentirse (condenadamente) bien. Y esa sensación, es con diferencia, lo que más miedo le daba.

Creo que no hay metáfora que se ajuste más a la realidad cuando hablamos de lo que es ser un hombre en un mundo de hombres y mujeres. De lo que supone ejercer la masculinidad en todo su esplendor. Del poder que supone ser hombre hoy en día con respecto a la posición que las mujeres mantienen con respecto a nosotros. Del placer que se siente al ejercer ese poder. Decidiendo cuándo, dónde, cómo y con quién permanentemente. De la impunidad con la que hemos crecido y que nos asegura en la gran mayoría de nuestros actos, cero consecuencias.

Decía hace ya tiempo Jokin Azpiazu en una entrevista concedida con motivo de la publicación de su libro Masculinidades y feminismo (Virus,2017) lo siguiente:

“… Un cambio social no puede estar basado en que las personas que tienen posiciones privilegiadas renuncien a sus privilegios. Esto no ha sucedido nunca. Una cosa es ser conscientes de nuestros privilegios, y otra es arrogarnos el derecho a decidir en qué momento renunciamos a según qué privilegios y en qué momento no …”

Se impone un análisis crítico y realista de nuestro proceso de cambio, lejos de buenismos y de objetivos utópicos inalcanzables, porque ya hemos demostrado a lo largo de los últimos treinta y cinco años, en este ámbito de las masculinidades supuestamente revisadas que nada de lo que hemos intentado ha funcionado (al menos, colectivamente).

“Necesitamos pensar e imaginar alternativas más o menos realizables”, dice Beatriz Ranea en su acertadísimo Desarmar la masculinidad. Y en eso estamos, tratando en mi caso de contener al menos mi masculinidad, pensando e imaginando que es un objetivo más o menos realizable

https://www.elsaltodiario.com/masculinidad-en-demolicion/que-podemos-hacer-para-que-hombres-se-unan-feminismo-comunicacion-referentes

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